No te preocupes
- Mikey Gonzalez
- 9 abr
- 5 Min. de lectura

En el corazón del Sermón del Monte de Jesús, encontramos una enseñanza que llega al centro de la experiencia humana: la preocupación por nuestras necesidades básicas. En Mateo 6:25–34, Jesús responde a nuestra obsesión con la supervivencia —lo que comemos, bebemos y vestimos— y llama a Sus seguidores a algo radicalmente diferente. No se trata simplemente de una lección sobre cómo manejar el estrés. Es una invitación audaz a reorientar nuestras vidas en torno a la realidad del Reino de Dios y a poner nuestra confianza, no en nosotros mismos, sino en la fiel provisión de nuestro Padre celestial.
Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal. (Mt 6:25–34)
¿Con qué te preocupas?
Jesús comienza esta parte de Su enseñanza con un mandato directo: “No se preocupen por su vida…” (Mt. 6:25). Estas palabras, aunque reconfortantes a primera vista, también son profundamente desafiantes. En un mundo donde la escasez, la incertidumbre y la búsqueda de estabilidad dominan gran parte de nuestro pensamiento, Jesús llama a Sus discípulos a entrar en un nuevo tipo de seguridad—una que no se basa en la acumulación ni en el control, sino en la confianza.
Esta confianza no es ciega. Está anclada en el mismo carácter de Dios. Jesús nos recuerda que “su Padre celestial sabe que ustedes necesitan todo esto” (Mt. 6:32). Este es el Dios que ve, que recompensa y que provee. Aquel que alimenta a las aves del cielo y viste a los lirios del campo no es indiferente a las necesidades de Sus hijos. De hecho, tenemos un valor infinitamente mayor que el resto de la creación, porque solo nosotros hemos sido creados a Su imagen.
Y sin embargo, Jesús no está simplemente dando una garantía divina de provisión material. Está confrontando un problema más profundo del corazón: la tendencia humana a buscar seguridad aparte de Dios. Justo antes de esta enseñanza, Jesús advirtió que nadie puede servir a dos señores—Dios y las riquezas (Mt. 6:24). La tentación de perseguir al dios del dinero (riqueza, seguridad en recursos humanos) está anclada en el temor de que, si no aseguramos nuestro futuro nosotros mismos, nadie más lo hará. Pero Jesús le da la vuelta por completo a esta narrativa.
Los gentiles, dice Jesús—aquellos que no conocen a Dios—buscan con afán todas estas cosas. Sus vidas están consumidas por la preocupación y la ansiedad porque dependen únicamente de su propia fuerza. Pero quienes conocen al Padre están invitados a vivir de otra manera. Jesús llama a Sus discípulos a confiar, a rechazar la búsqueda ansiosa y a “buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia” (Mt. 6:33). Y al hacerlo, todas las demás necesidades—comida, bebida, ropa—les serán añadidas también.
La palabra griega para "preocupación" aquí es merimnaō, que implica estar dividido o distraído por una preocupación ansiosa. No se refiere a la planificación o preparación responsable, sino a un estado de agitación interna que socava la fe. La preocupación no es simplemente una respuesta emocional; es un problema del corazón. Revela dónde ponemos nuestra confianza. Está en directa oposición a pistis—fe, la confianza práctica en la bondad y provisión de Dios que es central en el evangelio de Mateo.
Esta enseñanza se conecta profundamente con la historia trasada através de la biblia. En Génesis, la humanidad se enfrentó a una elección: confiar en la sabiduría y el cuidado de Dios, o definir el bien y el mal según sus propios términos. La caída en Génesis 3 no fue solo una falla de obediencia, sino una falla de confianza. Desde entonces, los seres humanos han intentado asegurar sus vidas aparte de Dios. Pero Jesús nos invita a regresar—a confiar en el cuidado del Padre, vivir bajo Su reinado y encontrar la vida no en aferrarnos, sino en recibir.
Buscar primero el Reino de Dios
La respuesta a la preocupación, entonces, es buscar el Reino. La palabra que Jesús usa—zēteite—significa buscar continuamente, estar preocupado por algo como una búsqueda que guía. Buscar primero el Reino de Dios no es una elección única, sino una orientación diaria que da forma a cómo pensamos, actuamos y vivimos. Afecta nuestras prioridades, el uso del dinero, nuestras relaciones e incluso nuestra respuesta al sufrimiento y la incertidumbre.
Esta postura de buscar primero el Reino también nos alinea con la visión más amplia de la iglesia primitiva. En Hechos 2, vemos una comunidad que compartía todo en común, que daba generosamente y que confiaba en la provisión de Dios a través de unos a otros. El plural “a ustedes” en Mateo 6:33 insinúa este aspecto comunitario, donde todos buscan el Reino de Dios, lo que significa que todos se cuidan mutuamente y así se satisfacen las necesidades. Buscar el Reino no es una búsqueda individual. Es una vida compartida, marcada por la generosidad, la simplicidad y el cuidado mutuo.
En una cultura obsesionada con el individualismo y la acumulación, este es un llamado radical. Se nos invita a practicar la confianza—no solo a través de la oración y la adoración, sino a través de hábitos tangibles como la generosidad y la simplicidad voluntaria. El ayuno, por ejemplo, se convierte en una disciplina espiritual que entrena nuestros corazones a depender de Dios en lugar de nuestra propia abundancia. Nos recuerda que el pan de cada día es suficiente y que la gracia se da para hoy, no para futuros hipotéticos que no podemos controlar.
Jesús hace esto aún más personal en Mateo 10:19, cuando les dice a Sus discípulos que no se preocupen por lo que van a decir cuando enfrenten persecución. Incluso entonces, el Espíritu les dará las palabras. Ya sea provisión material o fortaleza espiritual, Dios es fiel para encontrarnos en nuestra necesidad. Pero la preocupación nos impide experimentar esta realidad. Nos agota la energía, nubla nuestro juicio y nos impide caminar en la libertad que Jesús ofrece.
Confiar en la provisión de Dios no es abandonar la responsabilidad, es abandonar la preocupación ansiosa. Es reconocer que la seguridad y la satisfacción que anhelamos no se encuentran en la autopreservación, sino solo en Dios. Y cuando hacemos del Reino nuestra principal preocupación, nuestro enfoque, todo lo demás comienza a encajar en su lugar, no siempre como esperábamos, pero siempre de la manera perfecta en que el Padre sabe guiarnos y proveernos. Él es quien nos da la seguridad que nunca fallará.
La invitación de Jesús es simple, pero exige todo, cada día: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”
¿Creeremos que Dios es quien Él dice que es, un Padre bueno que conoce nuestras necesidades y provee con amor? ¿O seguiremos luchando, acumulando y estresándonos, tratando de controlar lo que solo Dios puede hacer?